lunes, 13 de septiembre de 2010

El moderno Cagliostro

Bajo el nombre del conde Alessandro Cagliostro se ocultaba en realidad Giuseppe Balsamo, un siciliano que como tantos de sus paisanos, llevó una vida poco clara, diríamos hoy. Para ser más exactos, se metió de cabeza en una serie de escándalos por estafa, por los que terminó dando con sus huesos en la cárcel. Pero, ¡ay! hasta ese momento logró burlar (y de paso burlarse) de la credulidad de buena parte de la nobleza europea (sobre todo francesa) del siglo XVIII. Alegaba il signore que su vida duraba miles de años, que poseía el conocimiento para fabricar el oro y el secreto de la inmortalidad, y toda una sarta de embustes a cada cual más atrevido y espectacular. Y para lograr su propósito de vivir a costa del prójimo, tenía lo que había que tener: un rostro de hormigón armado y la habilidad de un trilero para vender como ciertas sus mágicas recetas. En su caso, no tengo muy claro que su conducta fuese moralmente reprobable del todo, habida cuenta de cómo se las apañaban los nobles franceses (y de todas partes) de la época para nutrir sus ya repletos bolsillos (quien roba a un ladrón...). Pero en todo caso, encontró el fin que merecía y pasó a la historia como uno de los embaucadores más grandes (si no el que más) de todos los tiempos.

Dice un proverbio, francés por cierto, que aquellos que ignoran la historia están condenados a repetirla. Esta frase de sin par sabiduría nos permite apreciar el verdadero valor de la historia como disciplina de estudio, resumida por Arturo Pérez-Reverte (maligno español y esclavista de idílicos guanches indefensos) en una sola frase: porque fuimos lo que fuimos somos lo que somos. Al mismo tiempo, el proverbio nos advierte frente a situaciones o personajes cuyo comportamiento encuentra eco en el pasado pues, como ya sabían en el Antiguo Egipto, no hay nada nuevo bajo el sol. Los que ya saben de qué va este blog habrán sin duda adivinado la intención de la cabecera, así como a quién identifico como el moderno Cagliostro: ciudadano español (mal que le pese), natural y residente de Santa Cruz de Tenerife (para oprobio de sus vecinos), aunque con ancestros grancanarios, dueño de un grupo de comunicación de cuyo periódico es a la vez editor y director. Su nombre, José Rodríguez Ramírez. Hoy nos ha vuelto a dejar en el comentario de su periódico sobradas razones para equipararle con el siciliano que decía conocer la piedra filosofal (en su caso, la independencia de Canarias). Ahí van las perlas de nácar:

  • (...) estas Islas terminarán formando parte de un archipiélago miserable y poblado por gente hambrienta. (...). Esas son las intenciones de la Metrópoli que nos coloniza: empobrecernos cuanto más mejor para que no podamos sublevarnos y romper las cadenas que nos esclavizan. (...) Eso es lo que desean también los españolistas y españolistos que viven entre nosotros, pues de esa forma siempre podrán alardear de que tenían razón cuando afirmaban que no era posible un país canario independiente de España. Lo era y lo es porque tenemos recursos suficientes para vivir como una de las naciones más ricas del mundo.
  • Acabamos de decir que, o se toman medidas, o desaparecemos. ¿Y cuáles son esas medidas? Fundamentalmente, una: la independencia. Primero la libertad. Luego, todo lo demás: la identidad de ser canarios y no españoles de pega y, como consecuencia de la libertad, la dignidad. Con independencia seremos libres y con dignidad seremos las personas decentes que no somos ahora.
  • (...) el presidente del Gobierno de Canarias (...) es un esclavo sometido a los dictados de la Metrópoli. Una situación absurda, porque don Paulino -lo sabemos fehacientemente- es un gran patriota; es un hombre que ama a su tierra y que quiere lo mejor para su gente. Sin embargo, mientras no dé un puñetazo sobre la mesa de Zapatero y le diga que (...) seis siglos de sometimiento es demasiado tiempo (...) seguirá esclavizado; él y todos.
  • Si hace eso, posiblemente Paulino Rivero (...) se pondrá al frente del auténtico nacionalismo (...) como guía indiscutible de quienes buscan la libertad; como un prócer, nos atrevemos a decir, de la lucha de los canarios por su libertad. (...) habría escrito con letras de oro una de las páginas más sublimes de la historia canaria y hasta de la historia universal.
Para empezar, echar la culpa a otro (al que interesa) de nuestros males, lección básica del manual del propagandista demagogo. No existe una crisis de alcance global que achucha a las economías del mundo, sólo la perversa intención de quien nos exprime para que estemos mal o aún peor. Y como no podía ser de otro modo, echando algo de barro sobre los que piensan (pensamos) de distinta manera. Más tarde la independencia, como la piedra filosofal que curará todos nuestros males, y luego todo lo demás, olvidándose muy convenientemente de señalar específicamente en qué consiste todo lo demás, es decir, qué medidas y recetas concretas nos sacarán de la crisis que vivimos por culpa de haber seguido un modelo económico basado en el ladrillo y el dinero fácil, algunos de cuyos responsables directos, presuntamente, susurran al oído de Rodríguez la palabra mátalo, cual hizo el carcelero Zancho con su perro. Por supuesto, sin olvidar la habitual monserga de que tenemos recursos suficientes para vivir como marajás y por la cara, pero asimismo sin especificarlos, no sea que no existan más que en la imaginación del escribiente. Y por último, un nuevo, peloteril y empalagoso halago a la figura de Paulino Rivero, nuestro Pau, nuestro mago del Sauzal, como le llamase en su día esa vergonzosa (a juicio de Rodríguez et al.) diputada de Coalición Canaria llamada Ana Oramas.

Ciudadanos de bien, personas respetables de Tenerife, mentes bienpensantes, gentes honradas de esta isla y de Canarias entera: guardaos de las ponzoñosas palabras del Cagliostro de Santa Brígida, tan falso y artero en su proceder como lo fue su siciliano antecesor. Es mi consejo.

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