jueves, 26 de agosto de 2010

Delenda est Carthago

Catón el Viejo fue un político y orador romano, de los tiempos de la vieja república, cuando las familias de más rancio abolengo de la ciudad del Tíber ejercían efectivamente el poder a través del senado, y la Urbe las pasaba canutas gracias al genio militar de Aníbal, que trituraba uno tras otro cuantos ejércitos romanos se le enfrentaran. El susodicho Catón pasó a la historia por varias razones, entre ellas su inveterada costumbre de concluir sus discursos, cualquiera que fuese el tema sobre el que versaran, con una frase que, por reiterada, ha terminado por hacerse célebre: Delenda est Carthago, aunque muchos creen que la frase exacta debió ser ligeramente distinta, pues vendría a decir en román paladino algo así como "Opino, además, que Cartago debe ser destruida". Sea como fuere, ha quedado como paradigma de una idea que se persigue terca y obsesivamente, hasta que acaba por hacerse realidad.

No parece sino que el ilustre senador se haya reencarnado en José Rodríguez, director del diario azul. Ya sabemos que ha adoptado el blues por la independencia como mantra a reproducir en sus soflamadas editoriales, traten de lo que traten. No es que las concluya como antaño hiciera el romano, añadiendo la coletilla al final, no. Aquí, la palabra independencia y los suspiros por ella pueden leerse indistintamente al principio, en medio, o al final, sin menoscabo de cuantas repeticiones fuesen necesarias. Que no pertinentes, por cierto: eso da igual. Lo que importa es machacar al lector, sorberle el seso hasta convertirle en un epsilón que acabe por reclamar "Día a Día" (nunca mejor dicho) su dosis de soma, bajo fuerte síndrome de abstinencia.

La editorial de hoy es un buen ejemplo de ello. Comenzamos con una denuncia: la situación de abandono de algunos solares y fincas del barrio del Toscal. Pero claro: si fuésemos un país independiente (y ojo: riquísimo) esto no sucedería. No se sabe bien por qué. Acaso porque en un país canario independiente la burguesía del pico y la pala, cuyos intereses parecen importar y mucho a nuestro anciano adalid, no tendría cortapisa alguna para hacer lo que le diese la gana. Una hipótesis, nada más. O tal vez porque, al igual que sucede en Cabo Verde (un país arquipelágico muy próximo a nosotros y utilizado reiteradamente como ejemplo de lo que podríamos llegar a ser), nos sobraría el dinero para poder hacer de nuestras ciudades modernos tokyos o nuevayores. Por ejemplo. Y ya que el señor Rodríguez pide que alguien le desmonte su cuento independentista con cifras en la mano, aquí va un dato. En el año 2009, la república de Cabo Verde ocupó el puesto 108 en la lista mundial de países ordenados según su producto interior bruto, con un promedio per cápita de 3646 US$. España, ese país que tanto nos sozuga y nos exprime pero del que aún formamos parte, ocupa el lugar 19, con una cifra nueve veces superior a la de nuestros independientes vecinos. Portugal, su antigua metrópoli, ocupa el puesto trigésimo, con una cifra siete veces mayor que la de su antigua colonia. Pues eso: seríamos muuuy ricos. ¿O no? ¿Es que los recursos de Canarias son muy superiores a los de Cabo Verde?

Y volviendo al Toscal: hay que ponerlo patas arriba sí o sí. ¿Que hay que realojar a sus vecinos? Pues venga, que por eso no quede. De todos modos, es un buen momento: hay muchas viviendas en manos de los bancos por impago, y sería una buena idea realojar a los toscaleros en ellas. Que después no se diga que no aporto soluciones. Ah, y una coletilla fantástica: si reconstruir el Toscal significa romper la armonía arquitectónica de Santa Cruz y convertirlo en (sic) el "Manhattan de Canarias", pues venga también. Haya leyes que lo prohíban, o no: burro grande, ande o no ande. Aunque me temo que no habría mucho espacio para una Quinta Avenida (por no mencionar las cuatro previas), pero por imaginación que no quede.

Pero la editorial no se detiene ahí. Aparcado momentáneamente el mantra, el editor atiza un variscacillo a una de sus dianas predilectas, la alcaldesa de Granadilla, por permitir unas obras que amenazan un convento del siglo XVII. Menos mal que dicho convento no se encuentra en el Toscal, porque si no nuestro Clark Kent se vería en un apuro... ¿O no? Pensándolo mejor, más bien no.

Saltamos al problema del hambre por la situación de necesidad por la que pasan actualmente muchas familias en Canarias. Cierto de todo punto, y trágico también, sí. Pero aprovechando que el agua discurre (a veces) por el Barranco de Santos (no mencionaré el Pisuerga por no ofender), el justiciero mayor arma el brazo para lanzar dos formidables golpes de puño dignos del mejor karateka. El primero, más leve, dedicado a Zapatero. El segundo, más extenso e incisivo, dirigido al bajo vientre de Santiago Pérez, demonio particular de José Rodríguez donde los haya, y blanco habitual de sus invectivas. Hoy, la cosa se salda con epítetos como fracasado, inútil, ruin, vengativo, enemigo del progreso de Tenerife y denunciador de personas e instituciones decentes. Por supuesto, algunas de esas personas decentes trabajan en cierto periódico capitalino.

Y por último, una referencia a los falsos nacionalistas que, a juicio de nuestro octogenario Garibaldi, son todos aquellos no independentistas. Incluyendo, por supuesto, a personas serviles como Ana Oramas y José Luis Perestelo, que también se llevan hoy lo suyo. ¿Quienes son los únicos nacionalistas verdaderos? Aquellos que, si no fuera por los denodados esfuerzos del señor Rodríguez, serían perfectos desconocidos, y en buena parte, por cierto, lo son: los independentistas, o sea.

En resumen, y como decía Catón el Viejo: Delenda est Toscal... ¡Uy, perdón! Que estooo, que sí, que independencia. Otra vez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario