El editorial de hoy del periódico más chicharrero de Barrio Sésamo recoge, repite y hasta repica los tópicos de siempre, no sea que los lectores se despierten alguna vez de ellos. Dicen Gary Baldi y sus adláteres que el pueblo canario está narcotizado, cuando lo cierto es que son ellos quienes pretenden sumirle en la imbecilidad propia de aquellos que necesitan soma para vivir. El soma, naturalmente, vendría a ser la promesa de que una vez independientes y libres del yugo colonizador, retornaremos al Jardín de las Hespérides, todos tendremos trabajo y viviendas dignas, y nadaremos en la más plena abundancia.
Sin embargo, la susodicha pastoral de hoy se distingue por la memorable intro: una descripción somera de la Guerra de los Cien Años, un conflicto que enfrentó durante más de una centuria (al menos en eso no se equivocan) al Reino de Inglaterra y al Ducado de Borgoña por un lado, y al entonces incipiente reino de Francia, por el otro. Un detallito del editorial para la posteridad:
Fue una larga disputa entre Inglaterra y Francia por el control de las posesiones de los monarcas anglosajones en territorio galo.
Cuidándose muy bien de decir que, desde hacía siglos, los reyes de Inglaterra no eran de estirpe anglosajona sino normanda, como lo había sido Guillermo I, tras derrotar a los reyes, esta vez sí, anglosajones en la Batalla de Hastings (allá por 1066) y adueñarse de este modo del trono inglés. Por lo tanto, el Duque de Normandía (origen de los invasores normados de Inglaterra) era a la vez rey de Inglaterra, y de ahí las posesiones inglesas en territorio continental. Si uno lee la frase del diario azul sin más, podría llegar a pensar (¡Dios no lo quiera!) que los anglosajones puros desembarcaron en Francia para invadir el suelo "galo". Sobre todo cuando, tras un doble salto mortal con triple pirueta, el editorial desemboca en la conquista de Canarias, como si ambos sucesos históricos fuesen directamente equiparables.
Pero puestos a ello, saltan a la conquista de las islas como lo hacen siempre: negando la mayor y ocultando convenientemente cuanto pueda desmontarles el quiosco:
La conquista de Canarias no fue una empresa sencilla. Aunque en inferioridad en armas de guerra -pero no en valor-, nuestros padres opusieron una fuerte resistencia al invasor. Al final pudo más el acero, los arcabuces, los caballos, la pólvora y, de manera especial, la capacidad para mentir de los adelantados que venían al mando de las tropas regulares de Castilla y de los mercenarios andaluces y de otros tierras de la península, que la determinación de todo un pueblo a seguir siendo libre. En 1496, casi un siglo después de iniciada, acabó la conquista de Canarias. Desde entonces los isleños no somos los hombres y las mujeres, los niños y las niñas que corrían libremente por sus campos, que vivían en una sociedad con su estructura política y familiar. Desde entonces somos súbditos a la fuerza de los reyes de España y lacayos de los españoles.
Negar la mayor incluye, entre otras cosas, atribuir a los aborígenes una conciencia de pueblo único que jamás tuvieron, afirmar que los conquistadores solos se bastaron para la empresa (cuando es sabido que en la conquista de Tenerife, por ejemplo, participaron contingentes de aborígenes procedentes de otras islas y que ni siquiera todos los menceyatos tinerfeños se alzaron en pie de guerra contra los invasores: ya existían los "españolistas", según parece), en negar (¡faltaría más!) que somos el producto de los españoles, portugueses, franceses y berberiscos que vinieron tras los conquistadores, y del mestizaje de éstos con los aborígenes que pervivieron y permanecieron en las islas.
Y si en los tiempos que, precisamente, corren, no podremos volver a correr por los campos, no será porque seamos lacayos de nadie, sino porque casi no quedan campos por donde correr, abandonados en favor del turismo o machacados por la construcción que los señores de El Día continuamente jalean, so pretexto del progreso, no de Canarias, cuidadín, sino de Tenerife. La conclusión de la interpretación de la Historia de los monjes amanuenses de don Pepito es, como no podía ser de otro modo, la siguiente:
Las consecuencias de este abyecto sometimiento, es esta esclavitud de hecho en pleno siglo XXI, mala y torpemente disfrazada por la Metrópoli con una Constitución que nos convierte en autonomía de España, están a la vista: paro, hambre y miseria. El viernes se conocía un nuevo dato del desempleo en el país de los socialistas de Zapatero: 4.600.000 españoles no tienen trabajo según la encuesta de población activa.
Ninguna referencia a la situación boyante en la que vivíamos no hace ni cinco años, cuando cualquier ciudadano sin estudios superiores ni trabajo cualificado podía obtener fácilmente un crédito con el que comprar vivienda y vehículo, cuanto más caros mejor. Cuando los centros comerciales florecían como hongos tras la lluvia. Cuando la oferta de ocio era abrir la cartera los fines de semana, precisamente en las superficies de tiendas que reemplazaron al paseo familiar o al cine de toda la vida. ¿Eramos menos colonia entonces? Claro que no. ¿Quién nos gobernaba? El gran criptopatriota Rivero y sus pandilleros, igual que ahora. ¿Qué ha cambiado entonces para que ahora seamos tan esclavos como hace no-sé-cuántos años?
Quítenme allá la Guerra de los Cien Años, la Conquista de Canarias, la esclavitud y la p... que las parió. Llamen a las cosas por su nombre, señores, y quítense la careta de una vez.
Sin embargo, la susodicha pastoral de hoy se distingue por la memorable intro: una descripción somera de la Guerra de los Cien Años, un conflicto que enfrentó durante más de una centuria (al menos en eso no se equivocan) al Reino de Inglaterra y al Ducado de Borgoña por un lado, y al entonces incipiente reino de Francia, por el otro. Un detallito del editorial para la posteridad:
Fue una larga disputa entre Inglaterra y Francia por el control de las posesiones de los monarcas anglosajones en territorio galo.
Cuidándose muy bien de decir que, desde hacía siglos, los reyes de Inglaterra no eran de estirpe anglosajona sino normanda, como lo había sido Guillermo I, tras derrotar a los reyes, esta vez sí, anglosajones en la Batalla de Hastings (allá por 1066) y adueñarse de este modo del trono inglés. Por lo tanto, el Duque de Normandía (origen de los invasores normados de Inglaterra) era a la vez rey de Inglaterra, y de ahí las posesiones inglesas en territorio continental. Si uno lee la frase del diario azul sin más, podría llegar a pensar (¡Dios no lo quiera!) que los anglosajones puros desembarcaron en Francia para invadir el suelo "galo". Sobre todo cuando, tras un doble salto mortal con triple pirueta, el editorial desemboca en la conquista de Canarias, como si ambos sucesos históricos fuesen directamente equiparables.
Pero puestos a ello, saltan a la conquista de las islas como lo hacen siempre: negando la mayor y ocultando convenientemente cuanto pueda desmontarles el quiosco:
La conquista de Canarias no fue una empresa sencilla. Aunque en inferioridad en armas de guerra -pero no en valor-, nuestros padres opusieron una fuerte resistencia al invasor. Al final pudo más el acero, los arcabuces, los caballos, la pólvora y, de manera especial, la capacidad para mentir de los adelantados que venían al mando de las tropas regulares de Castilla y de los mercenarios andaluces y de otros tierras de la península, que la determinación de todo un pueblo a seguir siendo libre. En 1496, casi un siglo después de iniciada, acabó la conquista de Canarias. Desde entonces los isleños no somos los hombres y las mujeres, los niños y las niñas que corrían libremente por sus campos, que vivían en una sociedad con su estructura política y familiar. Desde entonces somos súbditos a la fuerza de los reyes de España y lacayos de los españoles.
Negar la mayor incluye, entre otras cosas, atribuir a los aborígenes una conciencia de pueblo único que jamás tuvieron, afirmar que los conquistadores solos se bastaron para la empresa (cuando es sabido que en la conquista de Tenerife, por ejemplo, participaron contingentes de aborígenes procedentes de otras islas y que ni siquiera todos los menceyatos tinerfeños se alzaron en pie de guerra contra los invasores: ya existían los "españolistas", según parece), en negar (¡faltaría más!) que somos el producto de los españoles, portugueses, franceses y berberiscos que vinieron tras los conquistadores, y del mestizaje de éstos con los aborígenes que pervivieron y permanecieron en las islas.
Y si en los tiempos que, precisamente, corren, no podremos volver a correr por los campos, no será porque seamos lacayos de nadie, sino porque casi no quedan campos por donde correr, abandonados en favor del turismo o machacados por la construcción que los señores de El Día continuamente jalean, so pretexto del progreso, no de Canarias, cuidadín, sino de Tenerife. La conclusión de la interpretación de la Historia de los monjes amanuenses de don Pepito es, como no podía ser de otro modo, la siguiente:
Las consecuencias de este abyecto sometimiento, es esta esclavitud de hecho en pleno siglo XXI, mala y torpemente disfrazada por la Metrópoli con una Constitución que nos convierte en autonomía de España, están a la vista: paro, hambre y miseria. El viernes se conocía un nuevo dato del desempleo en el país de los socialistas de Zapatero: 4.600.000 españoles no tienen trabajo según la encuesta de población activa.
Ninguna referencia a la situación boyante en la que vivíamos no hace ni cinco años, cuando cualquier ciudadano sin estudios superiores ni trabajo cualificado podía obtener fácilmente un crédito con el que comprar vivienda y vehículo, cuanto más caros mejor. Cuando los centros comerciales florecían como hongos tras la lluvia. Cuando la oferta de ocio era abrir la cartera los fines de semana, precisamente en las superficies de tiendas que reemplazaron al paseo familiar o al cine de toda la vida. ¿Eramos menos colonia entonces? Claro que no. ¿Quién nos gobernaba? El gran criptopatriota Rivero y sus pandilleros, igual que ahora. ¿Qué ha cambiado entonces para que ahora seamos tan esclavos como hace no-sé-cuántos años?
Quítenme allá la Guerra de los Cien Años, la Conquista de Canarias, la esclavitud y la p... que las parió. Llamen a las cosas por su nombre, señores, y quítense la careta de una vez.