Como ya sabemos todos,
Gary Baldi ha abrazado desde hace unos años la causa de la
independencia de las islas, con la misma pasión antes mostrada hacia el Caudillo (de hecho, ese dichoso tic le juega aún
malas pasadas de vez en cuando), una idea hasta entontes sólo defendida por
Cubillo y unos cuantos más. Los argumentos que justificarían dicha postura incluyen la
lejanía geográfica, la conquista castellana y la
suerte de los ancestros aborígenes, las ansias expansionistas de
Marruecos (sugerido luego como
socio), el supuesto
expolio económico de la administración central, los
reveses judiciales y, más recientemente, nuestra irrenunciable
idiosincrasia africana, antaño ignorada, cuando no criticada y repudiada. Las alusiones a la hacienda española y su rapiña de los recursos económicos canarios ya han sido
rebatidas por
Francisco Pomares, colaborador habitual del Diario de Avisos. Este mismo periodista sirve hoy de contraste ante la paranoia del ilustre editorialista del observador popular nivariense. Así dice
hoy nuestro prócer:
(...) el canario, una vez liberado de la maligna influencia de su amo
colonial, desarrolla sus capacidades como persona, que son muchas. Lo
que nos aplatana es la influencia española. Los godos nos han hecho
creer que somos inferiores como individuos y como pueblo. Esa ha sido la
estrategia de los españoles para someternos a su dominación durante
seis siglos. Esa y el miedo, porque también nos han tenido atemorizados. (...) La independencia es el camino. Es la única solución para la mayoría de
los problemas que hoy nos aquejan, y que se deben en gran medida a la
aplicación en estas Islas de unas leyes continentales, cuando no
claramente coloniales, que no nos sirven.
Y
así dice Pomares en el periódico antes citado:
La chulería de nuestros políticos cuando hablan de más autogobierno
oculta el fracaso de un modelo completamente subvencionado y mantenido
desde fuera. Más autogobierno -si no nos lo paga España- sería reducir
el peso de lo público en Canarias a menos de la mitad. Y eso significa
la mitad de escuelas, la mitad de hospitales, la mitad de cobertura para
el desempleo, la mitad de dinero para pensiones. Eso sí, a cambio
tendríamos un ejército propio, una moneda propia y una justicia propia,
que dependerían del Gobierno local como ahora depende la guanchancha.
Podríamos uniformar volcánicamente a nuestros militares, devaluar la
moneda tantas veces como quisiéramos e indultar a todos nuestros golfos,
sin tener que pedirle permiso a nadie. Pero ese es el sueño de Pepe
Rodríguez, no el mío.
Se puede decir más alto, pero no más claro. Eso sí: con certeza, la alusión al mencey constituirá sin duda una blasfemia que encontrará respuesta en la avenida de Buenos Aires (un decir). Al tiempo.