martes, 31 de agosto de 2010

Zancho y su perro rabioso

El Perro es el título de una película que tuve ocasión de ver en el cine Greco, en mi adolescencia temprana, allá por el año 1977. Probablemente no habría reparado nunca en ella, de no ser porque estaba anunciada para suceder a la proyección de la hipertaquillera Star Wars y, como tal, los espectadores fuimos obsequiados con el correspondiente tráiler antes de saborear extasiados las aventuras de Luke, Han, Leia y compañía. Bueno, pues la película en cuestión, un trabajo bastante decentito del director Antonio Isasi, está basada en una novela de Alberto Vázquez-Figueroa titulada Como un perro rabioso. El prota, de nombre Arístides, se fuga de un penal donde cumple condena en algún lugar de Sudamérica bajo dictadura militar. Uno de los guardianes, llamado Zancho, le persigue junto a su perro. En un momento dado, Zancho cae muerto por Arístides, pero antes de expirar aquél da al sabueso una última orden: ¡Mátalo! Y ahí va el can, puro instinto homicida, en pos de su víctima. Nada ni nadie le detienen ni le apartan de su objetivo.
Al leer el editorial de hoy en nuestro bienamado diario no he podido por menos que acordarme de la película, pues la actitud de su mandamás me resulta de todo punto equiparable a la del perro que persigue sin descanso a Arístides para dejarlo listo de papeles, colmillo en la yugular de por medio. Así como la muerte del fugitivo es el fin último del sabueso, el machaque independentista es el de José Rodríguez y su inefable parloteo. Como siempre, no importa de lo que se trate: la independencia se nos promete como la panacea milagrosa que habrá de curar todos nuestros males y convertirnos en una sociedad modelo. Y si alguien no lo cree, vamos al análisis. Primer punto: una encuesta del CIS sobre los sentimientos de españolidad y canariedad en las islas:
  • (...) la encuesta-barómetro sobre los sentimientos canarios (o españoles) que ha publicado un periódico de Las Palmas. Según este sondeo, realizado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (el CIS, un organismo español radicado en Madrid y, en consecuencia, al servicio de los intereses coloniales de la Metrópoli), el 49,9% de la población de este Archipiélago se siente muy orgullosa de ser española y el 35,9% bastante orgullosa. Simultáneamente, el 79,9% de los canarios se sienten muy orgullosos de serlo y el 15,9% bastante orgullosa. No ponemos en duda los datos obtenidos por el CIS, pese a su marcada dependencia de España, pero estamos convencidos de que no reflejan la realidad. Basta salir a la calle, oír lo que se dice por las esquinas e incluso asistir a los mítines de los falsos nacionalistas de CC -los nacionalistas auténticos son los que piden la independencia de su tierra- para comprobar que la juventud canaria detesta lo español.

En román paladino, lo que hacen los señores de El Día es descalificar gratuitamente al CIS por el solo hecho de ser un organismo público radicado en Madrid para, acto seguido, afirmar desvergonzadamente que no dudan de sus datos. O sea: tirar la piedra (el belillo) y esconder la mano. Y más adelante, proponen un singular ejercicio demoscópico: salir a la calle y oír lo que dice la gente (en las esquinas, ojo). Ciencia y método absolutamente intachables. Segundo punto: los militares (siempre respetados, eso sí), a los terrenos baldíos:

  • (...) esos terrenos que quiere ocupar el Ejército español son fértiles para la agricultura. ¿Por qué no se quedan en Las Palmas, que es donde está la base naval? Como no queremos ser extremistas y admiramos al Ejército (...), decimos que sí, que amplíen sus instalaciones en Tenerife (...), pero en terrenos baldíos (...), como corresponde a unas Fuerzas Armadas modernas (...). Además, las armas y las tropas destacadas en Canarias por el Ejército español no van a servirnos de protección por su debilidad, ya que no han sido modernamente equipadas, ante ningún ejército (...), que nos esté acechando (...).

Estoy de acuerdo en el uso racional del suelo y en la adecuada ordenación del territorio. Ahora bien, me pregunto cuál habría sido la postura de nuestro azulísimo periódico si, en vez de instalaciones militares (por cierto ¿es o no moderno el ejército en Canarias?), los terrenos fértiles para la agricultura (un sector que apenas abastece al mercado propio) hubiesen sido designados para cualquier infraestructura de postín. ¡Ay, fertilidad, cuán pronto habrías sido violada hasta las orejas, en beneficio de Tenerife! Y pobre del que osara discutirlo. ¿Que no? Tercer punto: tiro al ecologista por denunciar el proyecto de tren del sur (de Tenerife, claro):

  • ¿Qué les pasa a nuestros nacionalistas españolistas? ¿Por qué se acobardan ante unos falsos ecologistas? Subrayamos lo de falsos ecologistas, como hemos dicho en muchas ocasiones, porque a los auténticos los respetamos. ¿Qué coj... pasa en Tenerife que no hay clorocos para plantarle cara a cuatro señores que no representan a nadie y que, pese a ello, quieren impedir el desarrollo de esta Isla?

El colectivo Ben Magec (osea, los falsos ecologistas) asegura que el trazado del tren es ilegal y que el Cabildo Insular de Tenerife carece de competencias para acometer un proyecto semejante. Y para defender estas posturas acuden a los tribunales de justicia (por la vía del contencioso administrativo), como es norma en cualquier país civilizado. ¿Argumenta José Rodríguez por qué, a su juicio, los ecologistas se equivocan? No. Simplemente les insulta y descalifica, soltando espumarajos por la boca (en forma de insinuaciones de lenguaje grosero), tal cual haría un perro rabioso. ¿Se le ha ocurrido al señor Rodríguez pensar que tal vez estas personas, además de a sí mismas, representan a todos aquellos que no están de acuerdo en que Canarias en general (y Tenerife en particular) sean el coto privado de los dueños de la concretera, la grúa y la apisonadora? Tonto no es: ¡desde luego que lo sabe! Pero obedece la orden de Zancho: ¡Mátalo!

El cuarto y el quinto punto tienen que ver con los estudios de TVE en Canarias (con la sombra del Sanedrín de Vegueta planeando cual oscuro buitre), y con el escáner para el puerto de Santa Cruz, algo que según el Gran Denunciador, debería haber sido exigido en Madrid a golpe de puñetazo sobre la mesa. No me molestaré en comentarlos, por no aburrir. Saltemos a la conclusión, mucho más jugosa: La Independencia como maná del futuro, aderezada con uno de esos ejemplos de los que tanto gusta nuestro maestro de Geografía:

  • Que nadie lo dude. La solución a estos problemas está en la independencia. La solución y el futuro de Canarias está en conseguir su soberanía nacional. Hay que pararles las patas al PP y al PSOE canariones y también a los nacionalistas tinerfeños que se han entregado a los canariones. Cuando llegue la independencia, estamos seguros de que, por el amor que le profesan a España los canariones debido a la prebendas que reciben de España, a Canaria le ocurrirá como le ocurrió a la isla Mayotte -que no es la mayor- en el archipiélago de las Comoras: siguió unida a Francia después de la independencia, mientras las otras constituyen una nación importante en los foros internacionales que progresan muchísimo.

Una simple consulta a la Wikipedia, ese gran tesoro (entre otros muchos) que alberga la red de redes, nos revela que, en efecto, la isla Mayotte sigue vinculada a la metrópoli francesa. Las otras tres islas (un archipiélago volcánico, como Canarias) conforman una nación independiente (Comoras o Comores) ubicada entre Madagascar y Mozambique que se encuentra entre los países más pobres del mundo, dependiente por completo de la agricultura de subsistencia (que ocupa al 80% de la población), sin infraestructuras dignas de ese nombre, un nivel educativo bajo mínimos y un desempleo galopante, agravados por el crecimiento descontrolado de su población. Pues eso: naciones importantes que progresan muchísimo. En una palabra: Mentira. Y una verdad incontestable: los de Mayotte fueron, de todo punto, mucho más listos. Así que, si llega a cumplirse el delirio del señor Rodríguez, este menda se iría a vivir a Gran Canaria, con la certidumbre de eludir el hambre y el subdesarrollo.

Así que ya ven, señores: ladridos, espumarajos y dentelladas por doquier. Y el objetivo ineludible e ineluctable de matar a todo aquel que Zancho señale con el dedo o con su voz quebrada, en los estertores de su propia muerte, lo mismo da.

Sólo me pregunto: ¿quién es Zancho?

(P.D.: Hay quien piensa de modo muy similar al de este humilde autor):

jueves, 26 de agosto de 2010

Delenda est Carthago

Catón el Viejo fue un político y orador romano, de los tiempos de la vieja república, cuando las familias de más rancio abolengo de la ciudad del Tíber ejercían efectivamente el poder a través del senado, y la Urbe las pasaba canutas gracias al genio militar de Aníbal, que trituraba uno tras otro cuantos ejércitos romanos se le enfrentaran. El susodicho Catón pasó a la historia por varias razones, entre ellas su inveterada costumbre de concluir sus discursos, cualquiera que fuese el tema sobre el que versaran, con una frase que, por reiterada, ha terminado por hacerse célebre: Delenda est Carthago, aunque muchos creen que la frase exacta debió ser ligeramente distinta, pues vendría a decir en román paladino algo así como "Opino, además, que Cartago debe ser destruida". Sea como fuere, ha quedado como paradigma de una idea que se persigue terca y obsesivamente, hasta que acaba por hacerse realidad.

No parece sino que el ilustre senador se haya reencarnado en José Rodríguez, director del diario azul. Ya sabemos que ha adoptado el blues por la independencia como mantra a reproducir en sus soflamadas editoriales, traten de lo que traten. No es que las concluya como antaño hiciera el romano, añadiendo la coletilla al final, no. Aquí, la palabra independencia y los suspiros por ella pueden leerse indistintamente al principio, en medio, o al final, sin menoscabo de cuantas repeticiones fuesen necesarias. Que no pertinentes, por cierto: eso da igual. Lo que importa es machacar al lector, sorberle el seso hasta convertirle en un epsilón que acabe por reclamar "Día a Día" (nunca mejor dicho) su dosis de soma, bajo fuerte síndrome de abstinencia.

La editorial de hoy es un buen ejemplo de ello. Comenzamos con una denuncia: la situación de abandono de algunos solares y fincas del barrio del Toscal. Pero claro: si fuésemos un país independiente (y ojo: riquísimo) esto no sucedería. No se sabe bien por qué. Acaso porque en un país canario independiente la burguesía del pico y la pala, cuyos intereses parecen importar y mucho a nuestro anciano adalid, no tendría cortapisa alguna para hacer lo que le diese la gana. Una hipótesis, nada más. O tal vez porque, al igual que sucede en Cabo Verde (un país arquipelágico muy próximo a nosotros y utilizado reiteradamente como ejemplo de lo que podríamos llegar a ser), nos sobraría el dinero para poder hacer de nuestras ciudades modernos tokyos o nuevayores. Por ejemplo. Y ya que el señor Rodríguez pide que alguien le desmonte su cuento independentista con cifras en la mano, aquí va un dato. En el año 2009, la república de Cabo Verde ocupó el puesto 108 en la lista mundial de países ordenados según su producto interior bruto, con un promedio per cápita de 3646 US$. España, ese país que tanto nos sozuga y nos exprime pero del que aún formamos parte, ocupa el lugar 19, con una cifra nueve veces superior a la de nuestros independientes vecinos. Portugal, su antigua metrópoli, ocupa el puesto trigésimo, con una cifra siete veces mayor que la de su antigua colonia. Pues eso: seríamos muuuy ricos. ¿O no? ¿Es que los recursos de Canarias son muy superiores a los de Cabo Verde?

Y volviendo al Toscal: hay que ponerlo patas arriba sí o sí. ¿Que hay que realojar a sus vecinos? Pues venga, que por eso no quede. De todos modos, es un buen momento: hay muchas viviendas en manos de los bancos por impago, y sería una buena idea realojar a los toscaleros en ellas. Que después no se diga que no aporto soluciones. Ah, y una coletilla fantástica: si reconstruir el Toscal significa romper la armonía arquitectónica de Santa Cruz y convertirlo en (sic) el "Manhattan de Canarias", pues venga también. Haya leyes que lo prohíban, o no: burro grande, ande o no ande. Aunque me temo que no habría mucho espacio para una Quinta Avenida (por no mencionar las cuatro previas), pero por imaginación que no quede.

Pero la editorial no se detiene ahí. Aparcado momentáneamente el mantra, el editor atiza un variscacillo a una de sus dianas predilectas, la alcaldesa de Granadilla, por permitir unas obras que amenazan un convento del siglo XVII. Menos mal que dicho convento no se encuentra en el Toscal, porque si no nuestro Clark Kent se vería en un apuro... ¿O no? Pensándolo mejor, más bien no.

Saltamos al problema del hambre por la situación de necesidad por la que pasan actualmente muchas familias en Canarias. Cierto de todo punto, y trágico también, sí. Pero aprovechando que el agua discurre (a veces) por el Barranco de Santos (no mencionaré el Pisuerga por no ofender), el justiciero mayor arma el brazo para lanzar dos formidables golpes de puño dignos del mejor karateka. El primero, más leve, dedicado a Zapatero. El segundo, más extenso e incisivo, dirigido al bajo vientre de Santiago Pérez, demonio particular de José Rodríguez donde los haya, y blanco habitual de sus invectivas. Hoy, la cosa se salda con epítetos como fracasado, inútil, ruin, vengativo, enemigo del progreso de Tenerife y denunciador de personas e instituciones decentes. Por supuesto, algunas de esas personas decentes trabajan en cierto periódico capitalino.

Y por último, una referencia a los falsos nacionalistas que, a juicio de nuestro octogenario Garibaldi, son todos aquellos no independentistas. Incluyendo, por supuesto, a personas serviles como Ana Oramas y José Luis Perestelo, que también se llevan hoy lo suyo. ¿Quienes son los únicos nacionalistas verdaderos? Aquellos que, si no fuera por los denodados esfuerzos del señor Rodríguez, serían perfectos desconocidos, y en buena parte, por cierto, lo son: los independentistas, o sea.

En resumen, y como decía Catón el Viejo: Delenda est Toscal... ¡Uy, perdón! Que estooo, que sí, que independencia. Otra vez.