miércoles, 11 de abril de 2012

Los sonidos del silencio

Inmortal tema éste de los irrepetibles y eternos Paul Simon y Art Garfunkel, cuyo título me sirve para crear una nueva entrada, algo que, tal y como habrán podido comprobar los pacientes lectores de esta humilde bitácora no se produce desde hace ya algún tiempo. Y no es por falta de ganas. Simplemente, porque bien poco hay que comentar. Gary Baldi se ha quedado sin temas (argumentos, la verdad, nunca tuvo), sin aspectos o realidades sobre los que pontificar, más allá de su archiconocida y machacona perreta con Paulino Rivero, cántico recurrente sobre el que descansan sus diatribas diarias. El político sauzalero, su pérfida señora y su corte de políticos bolsilleros siguen siendo la causa única de todos nuestros males. Y a partir de ahí, vale cualquier insulto o descalificación. Dice el prócer que sólo han de ser entendidos en clave política, cuestión sobre la que discrepo pues, como ya señalé alguna vez, ciertos calificativos traspasan por sí mismos la barrera entre lo político y lo mundano, entrando a golpe de ariete en aspectos reservados de la persona e incurriendo así en una evidente falta de respeto, como mínimo, cuando no en abiertas injurias y calumnias.

Por eso mismo escribo, por señalar que no es por falta de atención (sigo leyendo puntualmente los exabruptos del líder guanchófono), sino más bien por falta de motivación ante la ausencia de novedades. Tanto así, que ni siquiera voy a hacer referencia esta vez a comentario o editorial alguno de los que se engendran y difunden desde la santacrucera avenida de Buenos Aires.

Sí pienso, en cambio, que si el que suscribe se cansa de tanta insistencia y de tanto más-de-lo-mismo, igual puede suceder con muchos asiduos de El Día que, leídos los primeros párrafos de la filípica, opten por ignorarla ante la previsible reiteración. Así, semejante postura, lejos de ser inteligente, puede acabar volviéndose contra su autor, a quien los lectores terminarán por prestar tanta atención como al pastorcillo travieso que gritaba que viene el lobo sólo por causar revuelo. Paulino Rivero y su gobierno pueden, ciertamente, tener su cuota de responsabilidad por la mala situación que atravesamos. Pero no por ser torpes, ineptos, brutos o déspotas y ya está, sino tal vez por habernos subido al carro de un sector productivo (el del ladrillo) hoy desmoronado. O quizás por haberse apuntado a obras faraónicas que terminaban por exceder obscenamente cualquier presupuesto previo. O como tantos otros, por no haber invertido recursos suficientes en I+D+i, o haberlo hecho sin apenas fiscalización alguna. O por haber protegido en lo profundo de su rebaño a personajes de muy dudosa honestidad. O por haber convertido el sector educativo en un erial (informe PISA mediante) y luego pretender maquillar desvergonzadamente la cruda realidad. O, más calentito aún, por apuntarse con infame hipocresía a un discurso ecologista que jamás ha sido suyo, hechos contrastados por delante.

Si contemplamos la realidad económica del país, con los bancos jodiendo al personal al mantener cerrado el grifo del crédito, con las comunidades autónomas y su pésima gestión en el ojo del huracán, con las empresas convertidas en versiones contemporáneas de Tara o Los Doce Robles, y así sucesivamente, es fácil comprobar que hay mucho campo abonado para ejercer una crítica mínimamente inteligente. Hasta el infinito, y más allá. Pero no. Inteligencia en El Día, ni para excitar un encefalograma plano. Tal vez porque, de asumir ese papel, tendrían necesariamente que virarse contra sus verdaderos amos en la sombra, aquellos a quienes jamás se atreverán a cuestionar, hagan lo que hagan y digan lo que digan. Por tanto, y ante la duda, siguen insistiendo en la crítica ramplona con la que intoxican el intelecto de la sufrida parroquia.

Pues nada, maestro, siga usted así. Ya verá qué bien le irá.

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