Hace cosa de un par de días, a propósito del Informe PISA y sus posibles repercusiones a nivel local, reproduje un párrafo del comentario de entonces del diario azul (antaño del Movimiento Nacional). Decía dicho párrafo así:
Hemos oído decir en estos días que la explotación de los nativos sudamericanos por los criollos, una vez que los españoles fueron echados a patadas de América, fue peor que la inflingida por los conquistadores. Falso. La conquista española, tanto la de Canarias como la de América y la de todos los países que sufrieron el despotismo expansionista de los reyes españoles, supuso en todos esos territorios un holocausto similar al que cometieron los nazis con los judíos, e incluso mayor. Un crimen de lesa humanidad que sigue impune porque España ha sabido ocultarlo cobardemente en los foros internacionales. Durante la opresión que sufrió América, los galeones españoles saquearon las riquezas de la población indígena y la dejaron sumida en la miseria hasta tal punto de que sólo ahora, dos siglos después de que echaran de mala manera a los invasores, comienzan a recuperarse.
Tal día como ayer, tuve acceso al texto del discurso que pronunció el escritor Mario Vargas Llosa el pasado día 7 en Estocolmo (es decir, dos días antes de la encendida proclama del observador popular de la avenida de Buenos Aires), con motivo de la concesión del premio Nobel de Literatura. Dicho discurso, sencillo pero a la vez sublime y excelso en sus esencias y sabias enseñanzas, puede leerse íntegro aquí. Permítaseme destacar de él las siguientes -y memorables- frases:
Es decir, que a los señores de El Día les dio por quitar gratuitamente la razón a Vargas Llosa, a su más puro y deleznable estilo: sin nombrarle, no sea que al hacerlo se pongan a sí mismos en evidencia. No sea que la opinión de un premio Nobel, que para colmo de males es peruano de nacimiento, de crianza boliviana y español de adopción, les deje en pañales. O peor aún, sin ellos. Bien, pues ahí están los dos platos de la balanza: el griterío estridente y hueco de Gary Baldi y los suyos por un lado, y las reflexiones del escritor hispanoperuano por el otro.
Que cada cual elija la que más le convenza.
Tal día como ayer, tuve acceso al texto del discurso que pronunció el escritor Mario Vargas Llosa el pasado día 7 en Estocolmo (es decir, dos días antes de la encendida proclama del observador popular de la avenida de Buenos Aires), con motivo de la concesión del premio Nobel de Literatura. Dicho discurso, sencillo pero a la vez sublime y excelso en sus esencias y sabias enseñanzas, puede leerse íntegro aquí. Permítaseme destacar de él las siguientes -y memorables- frases:
La conquista de América fue cruel y violenta, como todas las conquistas, desde luego, y debemos criticarla, pero sin olvidar, al hacerlo, que quienes cometieron aquellos despojos y crímenes fueron, en gran número, nuestros bisabuelos y tatarabuelos, los españoles que fueron a América y allí se acriollaron, no los que se quedaron en su tierra. Aquellas críticas, para ser justas, deben ser una autocrítica. Porque, al independizarnos de España, hace doscientos años, quienes asumieron el poder en las antiguas colonias, en vez de redimir al indio y hacerle justicia por los antiguos agravios, siguieron explotándolo con tanta codicia y ferocidad como los conquistadores, y, en algunos países, diezmándolo y exterminándolo. Digámoslo con toda claridad: desde hace dos siglos la emancipación de los indígenas es una responsabilidad exclusivamente nuestra y la hemos incumplido. Ella sigue siendo una asignatura pendiente en toda América Latina. No hay una sola excepción a este oprobio y vergüenza.
Es decir, que a los señores de El Día les dio por quitar gratuitamente la razón a Vargas Llosa, a su más puro y deleznable estilo: sin nombrarle, no sea que al hacerlo se pongan a sí mismos en evidencia. No sea que la opinión de un premio Nobel, que para colmo de males es peruano de nacimiento, de crianza boliviana y español de adopción, les deje en pañales. O peor aún, sin ellos. Bien, pues ahí están los dos platos de la balanza: el griterío estridente y hueco de Gary Baldi y los suyos por un lado, y las reflexiones del escritor hispanoperuano por el otro.
Que cada cual elija la que más le convenza.
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