Una vez requerido por la Justicia para responder por sus continuos insultos hacia el director de Canarias Ahora, Gary Baldi tenía dos alternativas: acudir (como era su deber), o no. Acudir no sólo porque estaba citado para ello, sino también para responder ante un juez de los cargos que se le han formulado en contra. Porque la diferencia entre un mayor y un menor de edad es, en términos jurídicos, esa misma: otros no responden ya por ti, eres tú quien lo hace ahora. Es responsable quien responde, aquél que asume plenamente las consecuencias de los actos cometidos y las palabras pronunciadas o, como viene al caso, escritas. Gary Baldi dejó de ser menor de edad hace ya bastante tiempo.
Desde que existe esta humilde bitácora, el que suscribe ha podido comprobar (dando oportuna fe de ello) los móviles que han guiado la mano del sacrosanto y guanchófono prócer de esta atribulada tierra: el tinerfeñismo más rancio y casposo, un independentismo propio de república bananera, sustentado sobre falacias, medias verdades, y humo, y todo ello aderezado con frecuentes pellizcos de nostalgia por tiempos pretéritos, que ya felizmente han quedado atrás. Desde la arrogante soberbia de quien se autoproclama como única voz del pueblo, desde la ficticia y compasiva impunidad que le ha otorgado una sociedad (la tinerfeña) acostumbrada a sus dislates, desde el cobijo hasta ahora proporcionado por la clase política y empresarial, y alentado por su hipertrofiado ego, Gary Baldi ha lanzado sus furiosas diatribas contra todo bicho viviente que no comulgase con su esperpéntico ideario: políticos, periodistas, e intelectuales han tenido (y tienen) que aguantar sus invectivas. Esta bitácora existe precisamente porque su autor no ha querido sumarse a un silencio que, de mantenerse, consideraría cómplice de los desmanes y atropellos de este buen señor, aprovechando las posibilidades que para ello nos brindan las nuevas tecnologías, benditas sean.
Pero la libertad de expresión también tiene su límite: el que marca el respeto al prójimo, una noción de la que un intolerante irredento carece, por definición y enteramente. Llega entonces el momento de que los jueces hagan su trabajo, es la hora, en definitiva, de responder por los actos y las palabras. Gary Baldi debía presentarse esta mañana a las 9.30 en el juzgado de Primera instancia número 1 de Las Palmas de Gran Canaria. No lo ha hecho, como era de temer. No ha querido responder, alegando al parecer problemas de salud que le impedirían volar (¿para qué existen los ferrys?) a la isla vecina y hermana. A mi mente acuden raudas las palabras de Paco Pomares cuando afirmaba en su memorable artículo El rey en cueros, y en referencia a nuestro octogenario apóstol, lo siguiente: quien dirige El Día es además un cobarde que teme enfrentarse a los tribunales más que a la peste bubónica. Repetidas veces las he mencionado en estas páginas electrónicas.
Pues bien, constatado queda: un cobarde, en efecto. Sin sangre y con mayúsculas. Ahora, un suponer, vendrán las justificaciones. Los ataques a la justicia y su imparcialidad hace ya tiempo que empezaron, y hoy encuentran nuevo y venenoso eco:
Desde que existe esta humilde bitácora, el que suscribe ha podido comprobar (dando oportuna fe de ello) los móviles que han guiado la mano del sacrosanto y guanchófono prócer de esta atribulada tierra: el tinerfeñismo más rancio y casposo, un independentismo propio de república bananera, sustentado sobre falacias, medias verdades, y humo, y todo ello aderezado con frecuentes pellizcos de nostalgia por tiempos pretéritos, que ya felizmente han quedado atrás. Desde la arrogante soberbia de quien se autoproclama como única voz del pueblo, desde la ficticia y compasiva impunidad que le ha otorgado una sociedad (la tinerfeña) acostumbrada a sus dislates, desde el cobijo hasta ahora proporcionado por la clase política y empresarial, y alentado por su hipertrofiado ego, Gary Baldi ha lanzado sus furiosas diatribas contra todo bicho viviente que no comulgase con su esperpéntico ideario: políticos, periodistas, e intelectuales han tenido (y tienen) que aguantar sus invectivas. Esta bitácora existe precisamente porque su autor no ha querido sumarse a un silencio que, de mantenerse, consideraría cómplice de los desmanes y atropellos de este buen señor, aprovechando las posibilidades que para ello nos brindan las nuevas tecnologías, benditas sean.
Pero la libertad de expresión también tiene su límite: el que marca el respeto al prójimo, una noción de la que un intolerante irredento carece, por definición y enteramente. Llega entonces el momento de que los jueces hagan su trabajo, es la hora, en definitiva, de responder por los actos y las palabras. Gary Baldi debía presentarse esta mañana a las 9.30 en el juzgado de Primera instancia número 1 de Las Palmas de Gran Canaria. No lo ha hecho, como era de temer. No ha querido responder, alegando al parecer problemas de salud que le impedirían volar (¿para qué existen los ferrys?) a la isla vecina y hermana. A mi mente acuden raudas las palabras de Paco Pomares cuando afirmaba en su memorable artículo El rey en cueros, y en referencia a nuestro octogenario apóstol, lo siguiente: quien dirige El Día es además un cobarde que teme enfrentarse a los tribunales más que a la peste bubónica. Repetidas veces las he mencionado en estas páginas electrónicas.
Pues bien, constatado queda: un cobarde, en efecto. Sin sangre y con mayúsculas. Ahora, un suponer, vendrán las justificaciones. Los ataques a la justicia y su imparcialidad hace ya tiempo que empezaron, y hoy encuentran nuevo y venenoso eco:
- (...) tenemos que padecer una justicia colonial que se ríe literalmente en nuestra cara con el cachondeo del caso de Las Teresitas, las sentencias políticas contra el periódico EL DÍA o el pisoteo de nuestros más básicos derechos civiles (...)
- Sobre la corrupción de la justicia en Canarias se comenta poco y en privado por aquello de las represalias. El aparato colonial es tremendamente sofisticado y la corrupción judicial es prácticamente indetectable (...)
- La corrupción judicial suele consistir en la aplicación del criterio personal del juez en lugar de la simple imparcialidad, jurídicamente hablando "es cosa de jurisprudencia".
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